
Y cómo no iban a causar conmoción, ya lo creo. Por eso ahora venimos acá sin tanto entusiasmo, nomás por no dejar. Ay, la María, esa sí que nos hacía concebir que estábamos cerca del paraíso. A las cinco nos instábamos en nuestra mesa acostumbrada. Ella venía primero a pasar el trapo por la tabla y a levantar el pedido. Ya sabía que debía traer los tres tarros de cerveza. Y se iba contoneando su estupendo trasero. Pero lo que esperábamos desde muy de mañana, cuando cada uno despertaba dando gracias a dios por un nuevo día y la oportunidad de volver a verla, era el momento cuando llegaba con los tarros y se agachaba para dejarlos sobre la mesa, era un momento supremo cuando nuestra respiración quedaba como en suspenso, el mundo de antes quedaba detenido…Ahora que la echaron casi nadie viene acá. Nosotros, sus más fervientes admiradores, seguimos ocupando la misma mesa, sólo por nostalgia y cada día dejamos nuestra carta al dueño de la cantina, con una sola petición: que vuelva la María.
2 comentarios:
Un relato curioso. Incluso la fotografía: ¿de dónde salió? Al final, me gusta cómo has aglomerado una trama así que se abre vasta.
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Gracias por tu comentario. Ya visité tu blog, seguiré tu desempeño con gusto en la caza de letras. Suerte.
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