
En la novela El barón rampante, de Ítalo Calvino, que por cierto les recomiendo, el personaje principal, después de algunos años de adaptación a su nueva vida en la cima de los árboles, descubre un gran placer en la lectura.
Más tarde, se hace de un amigo, asaltante consumado, con el cual empieza a compartir lecturas hasta transformarlo en un lector activo. Este amigo se aficiona tanto a la lectura que cada vez sus exigencias son mayores en cuanto a las lecturas. El personaje principal se da cuenta de que le es cada vez más difícil satisfacer las demandas de su compañero de aventuras, porque ya no le da tiempo de leer para después poder recomendar libros de interés para su amigo.
Esta situación es muy común, siempre hay alguna persona a nuestro alrededor que nos pide consejo en torno a lecturas. Esta es una de las labores más importantes de quienes deseamos compartir el placer de la lectura y es además una responsabilidad muy grande porque nadie da lo que no tiene o no puedes recomendar algo que no conoces.
De ahí la importancia de continuar permanentemente nuestra exploración de lecturas. Leemos lo que nos interesa personalmente y también diversos materiales que podemos recomendar a nuestros alumnos o compañeros.
Claro que en esto, como en muchos asuntos de nuestra vida, debería existir un poco de moderación. Porque hay ocasiones en que uno se dedica con cierta compulsión a la lectura de un género o temática y llega a ser tan especializado este conjunto de lecturas que no podemos hacer recomendaciones a muchas personas fuera de ese estrecho círculo. Por el otro lado, se corre el riesgo de la superficialidad, de hacer lecturas tan generales que llegado el momento no se prepara a uno a fondo en ninguna temática.
Por eso se puede aplicar el dicho de ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre.
Esteban Domínguez
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