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17 de marzo de 2008

EL CUENTO SEMANAL 12


PATA DE PALO
ESTEBAN DOMÍNGUEZ
Hasta muy tarde, insiste en quedarse.
A veces pasan de las doce y nosotras sabemos que a esas horas los únicos que te levantan son los más pobretones, no hay nada, además los que llegan le baratean mucho.
A la Susy ahí se le van las horas en vano y hay días en que nomás se va en blanco, no le cae ni un cliente. La culpa la tiene esta pinchi pata, nos dice a cada rato. Y se va llorando en su viejo bocho. Uno creyera entonces que ya no la veríamos más por esta esquina, y sin embargo, a la noche siguiente ahí está, terca. Dice que algún día se va a sacar la lotería y entonces ya verán, se mandará a hacer una pata como del hombre biónico, ¿se acuerdan de ese programa? Eso nos gusta de la Susy, su buen humor, aunque se la esté llevando la fregada. No se raja y eso nos da valor a las demás. A veces cuando no junta nada, que es casi siempre, entre todas nos cooperamos y le damos para la gasolina.
Dice que cuando era chavala, un carro le pasó por encina y se la molió todita, se la tuvieron que mochar y hasta ahí se llegaron los buenos modales y remilgos, como ya no tenía nada que perder se aventó el acostón con su novio, pero ya no era lo mismo. La linda Susy a veces batallaba para vivir con aquel peso del alma y mejor le habló por lo claro un día y lo dejó marchar, hasta le dijo que se llevara al pequeño, que habían procreado, porque ella no quería tenerlo cerca con tanto sufrimiento, mejor que le buscara una mejor vida. Y así fue. Ella llegó por azar al callejón, resulta que había recorrido toda la ciudad en busca de un empleo, ya eran las siete y estaba molida de tanto andar con las muletas y sube y baja de camiones. Así que llegó hasta aquí. Las sombras de la noche ya se caían sobre la ciudad y nuestra esquina se empezaba a poner interesante. Así que ella se sentó a descansar. No sabía de nuestro negocio. Sólo cayó en la cuenta cuando vio llegar a las muchachas, la Fabiola, la Violet, La chuquis, la Cuca, y doña Magy, se dejaron caer temprano. Era noche de viernes y en quincena. La vieron como bicho raro pero luego luego le sacaron plática, al rato se estaban meneando la cola. La animaron, ándale, mi chava, quédate, a lo mejor agarras barco, nunca se sabe, así te vas arreglando, órale, no sea ranchera. Ahí se quedó muerta de frío y de pena. Esa noche no esperaba nada, sólo estar en compañía de las muchachas, sentirse acompañada. A las diez pasaron por la mayoría de las mariposas y ella se quedó ahí, esperando sin esperar. Un hombre de unos sesenta pasó mirándola como si fuera un raro objeto en el lugar equivocado. Volvió a pasar aún más cerca y hasta le hizo la pregunta concebida “¿Cuánto?”. Son trescientos y el cuarto, dije yo llegando detrás de ella. El ruco no me quiso ni mirar, se veía que estaba entusiasmado por llevarse a la Susy. Ella, estaba privada, como en otro mundo. Cuando el señor la tomó de la mano temblaba, pero lo siguió, contenta, se dio cuenta que ahora tenía empleo y tendría que cuidarlo.

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