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11 de octubre de 2009

EL CUENTO SEMANAL


Un cazador muere tras recibir un tiro de una escopeta disparada por su perro
Esteban Domínguez

Dicen que no somos rencorosos y quizá tengan razón. Yo para nada quise hacerlo. Así que si la justicia es pareja, espero que no descarten que fue personal. Simplemente sucedió debido quizá a la casualidad. Ya hacía tiempo que le había perdonado las ciento setenta patadas, los 98 baños de agua fría cuando hacia el sexo con la hembra vecina, las matadas de hambre, los descuidos añejos de las pulgas y las privaciones de mis baños para evitar tanto bicho suelto. Los gritos también le había disculpado. Así que cuando esa mañana dijo nos vamos de cacería, un vago presentimiento me recorrió todo el lomo, lo miré a los ojos como diciendo ¿te arriesgarás a que uno de los dos no regrese? Pero ya sé que un hombre como tú no es capaz de entender el buen idioma y va por la vida como sabiéndolo todo, pues ya no insistí más. Salimos al monte caminando uno al lado del otro más unidos que nunca, más amigos. Anduvimos mucho y ya metidos en la maraña de árboles en busca de una buena caza, al agacharse se enredó entre unos arbustos y cayó de costado. El rifle escapó de su hombro y fue a quedar a mis pies pero apuntando hacia él. Yo, que para nada he guardado rencor hacia él, sólo puse mis dedos en el gatillo y luego los moví como si rasgara las cuerdas de una guitarra.

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