11 ENERO 2007
Durante las pasadas vacaciones me di una escapada al cine, uno de esos días en que todo mundo anda a las locas. La película, la más próxima a la hora en que hice mi arribo. Cansada de besar sapos, un film más para el olvido, aunque presenta algunos chispazos de pasables escenas. Ir al cine ha sido para mí buscar ese lugar ameno de soledad, de vez en cuando, cada vez menos, practico ese para mí saludable deporte. Sólo que esta vez, ocurrió algo inédito: la sala estaba completamente sola. Durante toda la película el cine fue enteramente mío. Ahí estaba, a mis anchas, solo. Por cierto que es de lo más extraño porque cuando hay gente no falta quien comente o diga algo. Lo disfruté, cómo no, pero ese rumor de gente siempre hace falta. El mundo sería muy triste si no hubiera alguien a nuestro lado. Creo que hasta el más gruñón, el más solitario de los seres sentiría el peso de la soledad. Cuando salí, me sentí contento de estar rodeado de tanta gente y de algunas personas, que hasta me aprecian.
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