BIENVENIDOS A LA ISLA DEL CUENTO

El lugar donde la realidad y la fantasía no conocen fronteras. Anímate a escribir un comentario y si tienes un cuento compártelo.

10 de enero de 2007

PRESENTACIÓN DE CUENTERO (A)

PRESENTACIÓN DE UN CUENTERO
En esta sección se hará una breve reseña de un ficcionario, se comentará brevemente alguno de sus libros o cuentos y si tenemos autorización se publicará uno de sus cuentos. Los comentarios que ustedes dejen se los haremos llegar al cuentrero en turno. De ser posble esta sección se publicará una vez a la semana.





Esta semana les presento a:
Margarita Oropeza. Nacida en Santa Ana, Sonora. Licenciada en Literaturas Hispánicas. Ejerció la docencia durante más de diez años en Universidades de Sonora y escuelas preparatorias. Posteriormente se dedicó al periodismo cultural. Ha publicado los libros: El hilo de Ariadna (cuentos, 1985), A pesar de la Lluvia (teatro, 1988, montada y representativa de Sonora en la IX Muestra Nacional de Teatro de Monterrey, N.L., en 1992); Después de la montaña (novela, 1990, hoy incluida en la currícula de Literatura Chicana en la Arizona State University, West), El fauno y el mar (novela, 1999) y La colina del ciprés (novela, 2002). recientemente Escritores de Sonora, editorial Garabatos y El ISC publicaron su libro de cuentos: Sueño de sol y sombra (disponible con la autora). De esta obra se nos autorizó la publicación del siguiente cuento.

Desechos tóxicos
Las calles negras, misteriosas, fecundan las almas frágiles.
Malas semillas transmutan en penas y sollozos… vagan en las moléculas del aire.
Se materializa el odio. Perversión en río; cascadas metálicas y Luzbel ensarta en su tridente a sus ángeles soldados.
Nosotros, colgados de su cola, vamos hacia un abismo manchado de sangre y vísceras enfermas; el sueño es pesadilla, tormentos amenazan en la noche, por la sospecha de que el Apocalipsis toca furiosamente a nuestra puerta.

El hombre interrumpió el bostezo cuando vio al gato incrustado en los vidrios del filo de la barda. Se levantó tarde y al salir al patio para buscar aire fresco, se encontró con que había neblina y los colores del ambiente parecían más bien los del atardecer. En el silencio de camposanto que reinaba, vio cómo la sangre del gato había corrido por los ladrillos de la pared formando la figura de una mano hacia abajo, con uñas y todo.
Parecía una escena de película; le molestó la inconveniente mancha y gritó a su mujer que llevara una cubeta, con agua y un cepillo, para lavar los ladrillos; al fin era domingo y no tenía nada qué hacer. Este gato quiso escapar y no pudo -pensaba, mientras esperaba el agua- el muy pendejo.
La mujer, desgreñada y en pantuflas, llegó con la cubeta y reclamando al hombre no dejarla ver a gusto los noticieros; que anoche habían robado ocho carros en la colonia vecina, que en una de las casas mataron a alguien y no pudo averiguar quién era. Murmurando aún, regresó al interior, caminó por el pasillo en penumbra que daba a la estancia y se sentó de nuevo frente al televisor, ansiosa por reconocer algún muerto.
Una vez lavada la mancha y acabado el desayuno, el hombre se estacionó en el aburrimiento dominguero. Se había levantado su hija de seis años y la invitó a rentar películas para entretenerse. Mientras terminaban el café, la mujer, desgreñada todavía, leía el periódico y comentaba las noticias. Mira, le decía al hombre, al que apuñaleó a su esposa lo encarcelaron, pero se escapó a las pocas horas; y él daba un sorbo al café. Ah, decía la mujer, y la señora que mató a su hijo a golpes se llama Hildelisa, como mi tía... Qué raro nombre -pensó él.
La niña llegó, reclamando. Vamos, papá, y a ver si encontramos la del rancho con un perro rabioso que mata a todos.
Yo -dijo el hombre-, hace mucho que quiero ver la de la mujer que se convierte en araña blanca gigante y está poseída por espíritus. A mí me traes la del detective que asesina gays en serie; la vi anunciada el otro día, dijo la mujer mientras se alisaba los cabellos con la mano y daba un sorbo al café.
Salieron platicando y contentos, padre e hija, entre los colores raros de la mañana que avanzaba, que acumulaban neblina y oscurecían el sol, en vez de volverlo más brillante. Se está poniendo negro el día, decía el hombre, mientras se dirigían al centro de la ciudad; casi no puedo ver por dónde voy.
Avanzada la tarde y luego de ver películas, de tomar él unas cervezas y aburrirse un rato más, salieron a comer. La mujer, que ya se había peinado, manifestaba un pésimo humor, mientras iban en el auto, por la oscuridad. No puede ser, decía, que sean las cuatro y ya no haya sol. Ten mucho cuidado -decía al hombre-; tú, niña, mete la cabeza, no te vayas a golpear.
Tres asaltantes se les atravesaron por la vía, armados y amenazantes, en la siguiente colonia. Se fueron de largo y poco después oyeron disparos. Vámonos rápido, urgía ella; si llegan patrullas nos entretienen y tenemos mucha hambre. Debemos cuidarnos de los restoranes donde sirven la carne de los caballos enfermos que sacrificaron, decía él; en el noticiero de anoche advirtieron a la gente. Válgame, respondía ella, como si pudiéramos saber; da igual.
Comieron en abundancia, en un restorán, extrañamente, poco concurrido para ser día de descanso. De regreso todos tenían sueño. Era oscuridad cerrada. Aún con los faros, no se veía a más de cinco metros; empezaba a correr un viento ligero que se escuchaba nítido, por el silencio absoluto que reinaba. Mamá ¿por qué se hizo noche tan pronto? dijo la niña, mientras bostezaba.
Al hombre lo vencía el sueño. En cuanto llegaron a casa, ellas se fueron a acostar porque no pudieron más. El, se quedó a terminar su película, pues al no encontrar la del asesino en serie, había rentado una de vampiros contemporáneos, muy interesante.
Tomaba un brandy. El vampiro mayor bebía sangre. A ambos les escurría líquido por las comisuras de la boca. Al fin, el hombre fue derrotado por el sueño. Se recostó en el sillón, no alcanzó a apagar el televisor; tampoco pudo cerrar los ojos, no tuvo tiempo.
Luego, su frente se puso blanca; su piel comenzó a convertirse en polvo, que se secó por completo mientras se volvía negro. El viento arreciaba y levantaba el mismo polvo en que se habían convertido también su esposa y su hija, con huesos, con todo.
Finalmente sólo quedó el viento vagando por la casa, que se había enseñoreado y, ululando agudamente, pulía los objetos hasta dejarlos relucientes y rejuvenecidos, en la oscuridad. Como si arrastrara una nube, sacó los restos de los tres hacia la calle, donde se reunió con otro polvo, que no era neblina como habían pensado ellos, sino la piel y los huesos hechos polvo de todos los demás habitantes de la ciudad, ahora completamente sola, porque las almas, después de vagar libres por las calles y los jardines, se habían fastidiado de llamarse unas a otras sin oírse y habían decidido emigrar hacia el vacío, desde mucho tiempo atrás.

No hay comentarios.: