BIENVENIDOS A LA ISLA DEL CUENTO

El lugar donde la realidad y la fantasía no conocen fronteras. Anímate a escribir un comentario y si tienes un cuento compártelo.

5 de enero de 2007

PRESENTACIÓN DE UN CUENTERO

En esta sección se hará una breve reseña de un ficcionario, se comentará brevemente alguno de sus libros o cuentos y si tenemos autorización se publicará uno de sus cuentos. Los comentarios que ustedes dejen se los haremos llegar al cuentrero en turno. De ser posble esta sección se publicará una vez a la semana.
Abre esta sección nuestro amigo Omar Cadena, a quien este blog felicita por su labor literaria.

Omar Cadena (Ciudad de México, 1974) ha dirigido y editado la revista y colección editorial LETRAS sobre papel y la revista electrónica Vértigo digital. Tiene estudios de Literatura Hispánica, Economía y Sociología, en la Universidad de Sonora. Radica en Hermosillo Sonora desde 1975, donde ha publicado a partir de 1995 cuentos y poemas, entrevistas, ensayo y crítica literaria, así como crónica y algunos capítulos de novela en suplementos coolturales!, revistas en el estado y el país, y varios sitios de Internet. Tiene publicado el poemario Espejos en la hoguera (Colección L/P, 1999) y figura en la antología Creación Joven: Poesía (Conaculta, 1999). Ganador de Concurso Libro Sonorense 2002, en el género de cuento con Ojo avizor.

SOL DE JULIO

Mientras el pequeño Julio miraba los colores que sobre la mesa de trabajo los rayos solares iluminaban, recordaba a Susana; la joven profesora que había impartido el curso del verano pasado. Nadie la evocaría mejor que él; sobre todo por la impresión que había tenido de sus ojos verdes; aunque fuera por temor de sentir que le miraban o por el hechizo que éstos le provocaban. Ninguno de los compañeros de infancia había seguido con atención aquellos primeros acercamientos infantiles por la pintura; aunque hubieran vivido entre crayolas rotas o demasiado usadas, que agarraban sin fijarse del color a excepción del verde que evitaban por la sencilla razón de los ojos verdes de la profesora; rodeados sobre el blanco de sus ojos, cubierto por sus pestañas —a veces muy pintadas, otras, casi siempre, del mismo color de la profunda oscuridad de sus cejas, que coincidían con la oscura tonalidad de su largo cabello—. Pero Julio, distinto a sus compañeros, sufría por los ojos inquisidores de la profesora. Tenía miedo y no la quería mirar.
Para la profesora la desesperación no era distinta, cuando quería que los niños escribieran su nombre. Por eso, Julio padecía eventuales llamadas de atención cuando estaba sentado en clase (por no escribir nada); y de comicidad, cuando agarraba una crayola de color blanco y la pasaba sobre la cartulina del mismo color (sin escribir, absolutamente nada). Eso le divertía mucho, pero más cuando estaba a solas en su habitación, tratando de escribir su nombre que no marcaba y escondía haciendo cómplice a la crayola, por más testarudo que fuese, cuando hacía grumos de cera sobre la cartulina; con las líneas incoloras o invisibles. Estos juegos divertían mucho a su pequeña conciencia de niño, por estar atento del paso del tiempo sobre la hoja que, con el mismo transcurso de los días, el polvo manchaba y empezaba a notar las descabelladas figuras y su nombre; aunque los niños lo escribían temerosos, con la misma inseguridad de Julio. Cuanto más si la profesora, en uno de los calurosos días de verano, empezó a llamarlo con otro nombre, por aquellos garabatos que correspondían a una bola amarillenta sobre una casa con antenas. Un dibujo que los demás recibieron con indiferencia o admiración (según quien los mirara, al aparecer sobre el dibujo los más variados puntos de vista).
—Muy bien hecho Julio —dijo la profesora, complaciente, juntando repetidamente sus manos, como para matar insectos; aplaudiendo para llamar la atención de todos—. ¡Niños, niños; atención! ¡Ahora vamos a dibujar el sol de Julio!
Sonrió con vergüenza, mientras atendía sus palabras, cabizbajo, mirando sus manos sobre la mesa.
No sabía qué hacer. Estaba pensativo, mirando los colores sobre la mesa de trabajo, mientras sentía el molesto calor, la quemante presencia de los rayos solares que se posaban sobre los distintos colores, luego de filtrarse por el vidrio de la ventana del salón de clases; en el momento de invitarlos a dibujar.
Después de aquel día, empezaría el martirio; por aquellas miradas que lo traspasaban como los primeros rayos del sol sobre la ventana, que habían provocado le nombraran con el apodo que inevitablemente permanecería durante el verano: Sol de Julio, de la misma manera que su dibujo permanecía sobre una hoja acartonada, sin dejar de agobiarlo.
—Muy bien, Julio —dijo, mientras daba tres palmadas en su espalda—. Voy a pegarlo en la esquina del pizarrón.
Julio, tímido y ausente, miró de reojo los ojos verdes de la Profesora, cuando regresó a darle indicaciones para que dibujara otro paisaje con árboles y campos floridos; algo que Julio atendió sin chistar, con un poco de desenfado. Aunque a Julio resultaba imposible saber lo que pensaba la Profesora de él, se ponía nervioso, después de acercarle el bote con los colores y tenderle una cartulina en blanco, con que lo reunía con su profesora, al igual que un papel y una crayola.
Su incomodidad, desde el día anterior, había comenzado a ser más evidente. La mañana siguiente todo le quedó claro cuando se dirigía a sus clases y pensó en la profesora y sus compañeros, debido a un sueño que lo había visitado mientras dormía. Un sueño que, por raro que parezca, fue una encarnación de una guerra entre crayolas, sobre una superficie poblaba de colores vestidos de soldados que se atacaban entre sí, en un campo de batalla con arbustos y follaje colorido, donde un ojo verde sin rostro ordenaba la batalla mientras pedacitos de cera lastimada, rodeadas de sus bandas de papel que las protegían, caían rendidas, crujían como ramas y hojas secas y dejaban trazos sin sentido; por los cuales culpaba a su profesora; por su batalla sostenida en el ensueño que luego dibujaría como un cronista de las guerras interminables sobre una superficie de papel. De todos aquellos personajes que caían imperceptiblemente al levantarse de la cama, de repente dibujaría en clase sobre una hoja de papel, y describiría los sufrimientos de su vida en aquella superficie garabateada que, desde el principio, seguiría siendo Julio.

No hay comentarios.: