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27 de octubre de 2007

UN CUENTO DE...

Blanca Rosa López Martínez
HECHO EN CASA

Tónichi era uno de los pocos pueblos de la sierra que tenían los seis grados escolares. Por ello, llegaban al pueblo niños y niñas de otras comunidades cercanas, donde su escuela no les proporcionaba la primaria completa.
En cierta ocasión, llegó una familia con tres jóvenes y dos niñas. Los recién llegados eran muy guapos y Ceci inmediatamente le “echó el ojo” a uno de los güeritos. Como se ubicó en su salón de clases, se las ingenió para sentarse a un lado de él y no perdió la oportunidad de coquetearle. Cuando la mandaban a las tiendas, se desviaba hacia la calle donde habitaban para verlo, aunque fuera de lejos.
En esa época, los comercios que había en el pueblo se dedicaban generalmente a la venta de alimentos y enseres propios y necesarios en las comunidades rurales; pero no había una sola tienda que vendiera lo que se necesitaba para vestirse. De ahí que las madres de familia, utilizando máquinas para coser, heredadas a través de generaciones, que protestaban a cada presión ejercida por los pies de las hábiles costureras, confeccionaban la ropa: desde el vestido, las faldillas y hasta las pantaletas de sus hijas.
Los vestidos los hacían con telas que compraban en la tienda de “Lenchita”- la dependienta impecablemente vestida-. Las faldillas las hacían de manta y las pantaletas terminaban cosiéndolas de la manta que obtenían al comprar los quintal}es (sacos) de harina y de azúcar. Los quintales de harina traían impresa la marca “harina los Gallos” y, haciendo alusión al nombre, mostraban dos grandes ejemplares de pelea color rojo, en actitud de ataque. A pesar de que la burda manta era sometida a un tratamiento de cloro, no era posible retirar de forma total lo impreso en ella.
Ceci llegó con sus amigas dispuesta a pasar un buen rato frente a la casa de los galanes y se pusieron a jugar. Por supuesto que al verlas los susodichos, salieron y se sentaron en la banqueta. Primero muy serios, observaban con cierta timidez, pero al paso de los minutos, las miraban directamente, cuchicheaban entre sí, sin poder ocultar sus sonrisas maliciosas.
Jugaban a los “encantados”, corrían, brincaban y se jaloneaban. De pronto, en una de las volteretas, Ceci fue a dar al suelo con las piernas abiertas, mostrando el trabajo realizado por su madre en la máquina de coser, ¡ Con un centrado perfecto del estampado de la manta! A pesar de que Ceci trató de incorporarse rápidamente, el güerito gritaba: ¡Harina los Gallos!, ¡Harina Los Gallos!, mientras se ponía rojo de la risa, al igual que sus hermanos.
Ceci, ¡ni siquiera volvió a pasar por esa calle! Se negó a seguir usando las pantaletas y exigió encargar de las de nylon a Hermosillo, que por esos tiempos a penas se empezaban a poner de moda.

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