
ESTEBAN DOMINGUEZ
Yo soy el Humbertito, el hijo de la Casi, la Casimira, la doña que le trabajaba a los gringos con la limpieza y la comida antes de que los mataran. Mi madre sí que sabe hacer comida, por eso los gringos vinieron a buscarla para llevársela a la casa cuando yo todavía era casi un mocoso, y a la casa nos fuimos desde entonces.
Ahora yo estoy más grande y ya estoy en segundo de la secundaria. Estoy aquí en la federal, la escuela que está a la entrada de la ciudad, junto al COBACH y estoy escribiendo esta historia por que mi profesor de historia nos puso un trabajo de escritura. Dice que quiere hacer una revista con todas las historias que se vayan juntando de nosotros. Yo luego, luego me acordé que esa historia de los gringos estaba buena. Y es que nadie ha contado cómo estuvieron de verdad las cosas.
Los gringos fueron asesinados en su propia casa, a mi madre le echaron la culpa y la tienen metida en la cárcel de Hermosillo, a donde la voy a ir a ver uno de estos días, ya me lo prometió mi tía Leti que me va a llevar, pero ella es inocente. ¿Cómo los iba a matar si hasta los quería y chipileaba rete harto? Además no estaba en la ciudad en ese día, se había ido de compras al otro lado y a mí me había dejado el encargo de estar pendiente de la puerta.
—Estate pendiente, para que abras y cierres, y cuidadito con que se te salgan los perros.
—Sí, amá.
Los gringos compraron esta casa y contrataron a más de veinte peones para hacer reparaciones por todos lados, hasta una alberca le hicieron. A mí luego me trajeron dizque para que hiciera el jardín, aunque nada sabía de este trabajo.
Luego me di cuenta que había algo raro, porque la doña a cualquier hora recibía al Pascual y se encerraba con él en la recámara. Luego estaba el gringo Jim, que todas las noches se iba por ahí y volvía hasta la madrugada. A mí siempre me tocaba abrirle y a veces hasta lo llevaba jalando a su cuarto porque venía muy borracho. Esto a mí no me gustaba porque apestaba y además me decía puras malas palabras y luego hasta me anda tentando entre las piernas y decía que algún día me iba a quedar a dormir en su cuarto. La gringa aunque se daba cuenta de lo me hacía su marido no le importaba y andaba por toda la casa, como perdida en otro mundo. Nada más volvía de las nubes cuando se encerraba con el Pascual, que la hacía pegar unos gritotes, quién sabe que le haría y luego él se iba chiflando y ella salía fresca como si nada. Mi mamá me tenía prohibido que contara nada de lo que pasaba en la casa pero ahora sí lo quiero contar porque quiero pasar esa materia y porque talvez poniendo todo en este papel pueda hacer algo por mi madre.
La noche que mataron a los gringos yo estaba dormido en el cuarto de mi madre, solo, acaso eran las once y yo esperaba que tocara el gringo. Pero sí se oyeron unos toquidos, pero muy raros como si fueran de otro gringo y no del de la casa. Y no eran, entraron dos hombres con máscaras bien raras. Como las que se usan en las fiestas de la trinidad. Como sólo entreabrí la puerta ellos la empujaron bien fuerte y hasta allá fui a dar, duro golpe que me llevé, ahí quedé no sé cuánto, hasta que alguien me estaba despertando y era la Sandra, que como loca andaba de un lugar a otro y me decía a gritos que si quién , que le dijera que quién había entrado, a quien había dejado entrar, yo no le entendía nada a la Sandra que siempre había sido muy tranquila, era la sirvienta que más querían los gringos, pues andaba como loca, pero loca, de esas de atar. La casa se llenó de gente, los judiciales con sus pistolotas y la gente del pueblo ya estaba toda en las puertas de la casa y como les digo, los judiciales revolviéndolo todo. A mí me tocó ver cómo se metían cosas de valor entre la camisa y también me arrimé para adentro y vi a los dos gringos. Estaban amarrados de las manos y con un agujerote en la frente. Para mi buena suerte tenían la cabeza para abajo que si no mis pesadillas no hubieran parado nunca. Ahí volví a azotar y desperté en una mecedora del jardín cuando ya se llevaban a mi madre con las manos atadas. Alcanzó a decirme:
—Vete con tu tía y sé buen chico.
Desde ese día me quedé con mi tía Leti que es muy buena y ya me dijo que me va a llevar a ver a mi mamá. Y la buena noticia es que ya agarraron a los asesinos y pronto van a dejar libre a mi mamá y además dice mi tía Leti que pronto las cosas van a cambiar porque los gringos, el Jim y la Bety, se descubrió que andaban huyendo de su país y como no podía tener propiedades, tenían todo a nombre de mi mamá y ahora toda la casa de los gringos va a ser de nosotros, ¿A poco no está buena esta historia? Ojalá que le guste al profe ese y me pase con diez en su materia.
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