
QUEJAS DE LA PERFECTA TRABAJADORA
No, pues sí, aquí está su tonta, la indispensable, la que sin mí no puede haber progreso, la que siempre está dispuesta a todo. Soy la perfecta acompañante de estos trabajadores y lo saben. Ya los viera desconcertados si un día llegaran si sólo me vieran con un escalón. El chasco que se llevaría. Y qué hacemos maestro, así no se puede. Arréglenla pronto. Me llevan y me traen sin una queja. Me remiendan cuando ya de veras estoy para el arrastre. Entones vuelvo a la vida, renovada. A veces me dejan acomodada entre las palas, carretillas, los botes de la mezcla, utensilios que la pasan muy mal durante la semana de trabajo, por la carrilla que les toca. Claro que no se quejan pero en sus caras se ve la amargura. Otras veces me quedo aquí, recargada a la pared como si de algo sirviera para que no se venga encima, cuando soy yo la que se cae de cansancio. Aquí los tengo que esperar todo el fin de semana, ah, y el lunes porque ya se sabe cómo se las gastan estos trabajadores de la cuchara. A ver si aguanto, no lo sé, a lo mejor me canso y dejo que el viento me vaya meciendo poquito a poco hasta tumbarme. Aquí me dejaron olvidada, qué les importa a ellos irse a tomar sus cheves al “aquí me quedo” y unos de verdad que sí se quedan, los martes me toca escuchar sus comentarios, algunos llegan muriéndose de la cruda y hasta piden permiso al maistro para ir a curársela a la esquina, donde venden los tacos de cabeza. Yo soy útil para su chamba, me necesitan, sino, ¿Cómo le harían para subir tanto material, tanto balde al otro piso? Lo malo es que cuando termine la obra lo más probable es que me desarmen y terminen mis partes en la lumbre. Ay, cómo me da coraje ser lo que soy, lo único que me alegra es que mientras los trabajos duren soy la perfecta acompañante.
No, pues sí, aquí está su tonta, la indispensable, la que sin mí no puede haber progreso, la que siempre está dispuesta a todo. Soy la perfecta acompañante de estos trabajadores y lo saben. Ya los viera desconcertados si un día llegaran si sólo me vieran con un escalón. El chasco que se llevaría. Y qué hacemos maestro, así no se puede. Arréglenla pronto. Me llevan y me traen sin una queja. Me remiendan cuando ya de veras estoy para el arrastre. Entones vuelvo a la vida, renovada. A veces me dejan acomodada entre las palas, carretillas, los botes de la mezcla, utensilios que la pasan muy mal durante la semana de trabajo, por la carrilla que les toca. Claro que no se quejan pero en sus caras se ve la amargura. Otras veces me quedo aquí, recargada a la pared como si de algo sirviera para que no se venga encima, cuando soy yo la que se cae de cansancio. Aquí los tengo que esperar todo el fin de semana, ah, y el lunes porque ya se sabe cómo se las gastan estos trabajadores de la cuchara. A ver si aguanto, no lo sé, a lo mejor me canso y dejo que el viento me vaya meciendo poquito a poco hasta tumbarme. Aquí me dejaron olvidada, qué les importa a ellos irse a tomar sus cheves al “aquí me quedo” y unos de verdad que sí se quedan, los martes me toca escuchar sus comentarios, algunos llegan muriéndose de la cruda y hasta piden permiso al maistro para ir a curársela a la esquina, donde venden los tacos de cabeza. Yo soy útil para su chamba, me necesitan, sino, ¿Cómo le harían para subir tanto material, tanto balde al otro piso? Lo malo es que cuando termine la obra lo más probable es que me desarmen y terminen mis partes en la lumbre. Ay, cómo me da coraje ser lo que soy, lo único que me alegra es que mientras los trabajos duren soy la perfecta acompañante.
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