EL HADA
Esteban Domínguez
A las once cuando abandoné aquel cuarto mísero del hotel Lourdes, ahí me esperaba. Me tomó del brazo y nos fuimos hacia mi auto. Ella no rodeó sino que subió por el mismo lado del conductor y luego se fue acomodando en su asiento. En esos momentos, cuando ha esperado largo rato mientras yo me acuesto con alguna de aquellas mujeres, lo que sigue entre los dos es el silencio. Y pueden pasar días hasta que la voz como que se le descongela y entonces es cuando empezamos a dialogar. Así que nadie habla, yo conduzco hacia mi casa mientras ella me mira con esa mirada reprobatoria, que a mí no me importa porque desde que está conmigo le he sido franco, le he dicho que yo busco caricias aunque estas sean compradas. Ya en la casa se suaviza un poco y hasta me pasa la mano por la nuca. Al bajarnos del auto me abraza y me empuja a los brazos de mi esposa que me recibe como si hubiera ido a una guerra de la cual soy un sobreviviente. Qué tal tu día, me dice y yo le respondo que bien, que todo está bien. Ella se sonríe en la penumbra y toma nota de mis gestos.
A las once cuando abandoné aquel cuarto mísero del hotel Lourdes, ahí me esperaba. Me tomó del brazo y nos fuimos hacia mi auto. Ella no rodeó sino que subió por el mismo lado del conductor y luego se fue acomodando en su asiento. En esos momentos, cuando ha esperado largo rato mientras yo me acuesto con alguna de aquellas mujeres, lo que sigue entre los dos es el silencio. Y pueden pasar días hasta que la voz como que se le descongela y entonces es cuando empezamos a dialogar. Así que nadie habla, yo conduzco hacia mi casa mientras ella me mira con esa mirada reprobatoria, que a mí no me importa porque desde que está conmigo le he sido franco, le he dicho que yo busco caricias aunque estas sean compradas. Ya en la casa se suaviza un poco y hasta me pasa la mano por la nuca. Al bajarnos del auto me abraza y me empuja a los brazos de mi esposa que me recibe como si hubiera ido a una guerra de la cual soy un sobreviviente. Qué tal tu día, me dice y yo le respondo que bien, que todo está bien. Ella se sonríe en la penumbra y toma nota de mis gestos.
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